Nueva exposición de pintura de "un superviviente" en el Patio Herreriano
El Museo de Arte Contemporáneo presenta la exposición “Temblor y nubes” del artista vallisoletano Carlos de Paz
El Museo de Arte Contemporáneo presenta la exposición “Temblor y nubes” del artista vallisoletano Carlos de Paz
El Museo Patio Herreriano muestra desde hoy la exposición del artista vallisoletano Carlos de Paz que se clausurará el 27 de octubre. Titulada," Temblor y nubes", reúne tres series de obras realizadas por Carlos de Paz entre 2015 y 2019. Una serie consta de dibujos de una figuración trepidante, realizados con rotulador de tinta china. La segunda, de cuadros sobre metacrilato, salpicados de letras. Y la tercera la forman algunos lienzos en que la meteorología del color se impone sobre cielos plomizos.
Si toda obra de arte tiene algo de la biografía de su autor, en este caso, ese viaje de lo abstracto a lo real, del cielo al cuerpo, es una metáfora del viaje personal. Los cuadros más tradicionales encarnan ese sueño de la pintura de, como la música, comunicar sin palabras. La pintura sobre metacrilato, de una belleza que a veces podríamos llamar "científica", es también un experimento para la vista, que atraviesa la superficie hasta dar con la pared del fondo. Los dibujos remiten a un mundo atormentado y abigarrado. Son tan explícitos como una carta, salvo que está escrita en un idioma inventado. Finalmente, hay también algunas esculturas, que celan su enigma con la sencillez de lo que no es humano.
Es la ocasión perfecta para pensar con los ojos y mirar con la mente. El misterio de la pintura nos necesita para ser desvelado.
Como señala José Mª Parreño, crítico de arte, profesor universitario, Doctor en Historia del Arte por la Universidad Complutense de Madrid, gestor cultural y comisario de exposiciones "Esta es la pintura de un superviviente. Es cierto que, a partir de los cuarenta, todos somos supervivientes de nuestra propia biografía. Pudimos haber muerto media docena de veces, de hecho estuvimos a punto, de hecho, algo de nosotros –la visión de la adolescencia, la ilusión de la juventud- ha muerto ya. Pero no me estoy refiriendo a esto. Me refiero a que esta pintura es la de alguien que una vez se despeñó, que ha vuelto de un viaje que podría haber sido sólo de ida. Por eso el temblor del título. El que queda en los músculos después de un gran esfuerzo. El de levantarse, el de regresar.
¿Qué se puede pintar con los dos brazos rotos y el corazón hecho pedazos?: volutas de humo que salen de la cabeza. Esperanzas desnudas en lechos de vidrio molido. Rutinas insoportables que duran una vez. Así fue durante un tiempo, pero luego Carlos empezó a dibujar sobre cartulina, con un rotulador de tinta china. Con la pulcritud visionaria de un aborigen australiano. Escribió con imágenes un diario de los vericuetos de su suerte, páginas cubiertas de un alfabeto electrocutado. Donde las letras han desatado sus nudos para enlazarse en signos nuevos, pero igualmente infectados de significado. Y vemos goteros, escaleras, camas numeradas. Personajes masculinos y femeninos, algunos en pareja. Hojas alargadas bullentes de vida, que terminan por parecer oquedades o vaginas. Torres con las ventanas siempre enrejadas. Cuervos, huellas. Y enredaderas, espirales, sarpullidos. Dibujos obsesivos, ensimismados en su misma sima (tanto que hay uno que conserva la quemadura de un cigarro). Curioso que Carlos, que nunca ha pintado una figura, las reparta aquí a docenas. Perfectamente perfiladas, podemos contar hasta los dedos de sus manos. Y la aureola de sus cabellos despavoridos. Cuerpos vulnerables, torturados. Como si la línea que dibuja seres y cosas fuera de alta tensión, una energía nerviosa tensa las composiciones. En esto me recuerda a Zush. Y en llenar la superficie de dibujos encajados, a Keith Haring. Esta "vuelta al cuerpo" tuvo lugar, seguramente, por la irrupción continuada del dolor. La única vez que yo he dibujado una muela, fue en un episodio de dolor, sentado en una mesa de reuniones de la que durante horas no pude levantarme.
Otro grupo de obras lo forman sus cuadros sobre metacrilato, que son anteriores a los dibujos. La primera vez que los vi, le escribí: "A veces tus metacrilatos están tan cubiertos de pintura, que podrían ser cualquier tipo de superficie opaca. Sin embargo, en cuanto se separan de la pared, traslucen lo que hay detrás: bultos o sombras o luces, si llega el caso. También, y eso me gusta mucho, en ocasiones la pintura se abre y aparece un charco de realidad: podemos ver la habitación a través de una grieta del cuadro. Ah, qué gusto, ver la vida asomándose al arte". La utilización de este material era en ese momento una novedad en la trayectoria de Carlos. Pero más llamativo todavía era que esas superficies texturadas de otras veces, estuvieran ahora salpicadas de letras. Qué experimento tan raro: sobre la pintura abstracta, que niega cualquier contenido al cuadro, Carlos esparce letras. Entre grafismos, estallidos, regueros y salpicaduras de pintura, aparecen estos firmamentos de letras. Y de repente, uno cree atisbar una constelación con sentido.
Veo estos cuadros como cortes histológicos del cerebro, en los que pudiéramos ver, junto con las conexiones neuronales, la información que transmiten. En los que ver y que leer al mismo tiempo. Cuadros que también están a punto de ser otra cosa: una ventana entreabierta con su alféizar, un viejo espejo procedente de un mueble, en el que, entre planetas rugosos, nos vemos reflejados. Sí, planetas, del mismo modo que podemos encontrar relámpagos y firmamentos. Por algo Carlos los llama Paisajes Estelares.
Es por ahí por donde conecta con su propio pasado. Y como testigo, el cuadro más grande de la exposición. Sobre el gris insondable del fondo, desciende la meteorología del color. Me recuerda al origen mítico de la Vía Láctea: Hércules chupaba sigilosamente del pecho de Hera, y cuando esta despertó y le apartó bruscamente, un chorro de leche siguió saliendo. Pero como se trataba de una diosa, el azúcar se convirtió en estrellas.
Hay también algunas esculturas. Carlos lleva mucho tiempo creando una especie de jeroglíficos visuales mediante la reunión de elementos raros en sí mismos. Por un lado, le interesa comprobar la semejanza de la piedra con liquen o la rama caprichosa con los fondos y trazos de sus cuadros. Por otro, explorar el silencio que generan en torno estos bodegones, naturalezas muertas que esperan la mirada que les dé vida.
Esta es, en definitiva, la tarea del espectador, mirar y dejarse mirar por la obra. Porque también el arte, cuando merece ese nombre, nos da vida".
Carlos de Paz (Valladolid, 1964) se licenció en Bellas Artes en la Universidad de Salamanca en la especialidad de Pintura. Desde 1994 ha protagonizado más de 50 exposiciones individuales en ciudades como Toledo, Madrid, Valladolid, León, Palma de Mallorca, Barcelona, Santander, Salamanca, Palencia, Pontevedra, Zamora, Ávila y Guipúzcoa. Fuera de España su obra ha visitado Costa Rica, Estados Unidos, Taiwan y Portugal. El artista vallisoletano ha participado además en destacas ferias de arte internacionales como ART Palm Beach, Art Miami, Art Basel y Chicago Art Fair en Estados Unidos, Art Bruselas en Bélgica, FIAC en París, FIA en Venezuela y ARCO y Artesantander en España.