Descripción

"El tiempo es circular en el silencio" es una exposición de gran escala dedicada a la obra de Victoria Civera (Puerto de Sagunto, Valencia, 1955), una de las artistas españolas más relevantes de las últimas décadas. Bien conocida por su pintura de carácter figurativo, la artista valenciana, afincada entre Cantabria y Nueva York, ha venido no obstante desplegando una obra abierta y heterogénea que trasciende cualquier clasificación, pues en su obra conviven la pintura, la escultura, la fotografía, el vídeo y la instalación. El título de la muestra, tomado de una expresión de la propia Civera, apela a la circularidad como opuesto de la linealidad, de la que siempre ha huido y de la que ha hecho su principal seña de identidad. La exposición ocupa las salas 3, 4, 5 y 8 de la segunda planta del museo y en ella se verán obras de todas las épocas procedentes de colecciones institucionales y privadas de toda España que harán especial hincapié en los años noventa, fundamentales para conocer el trabajo de la creadora valenciana y su inscripción en las prácticas artísticas en nuestro país. La muestra cuenta además con un importante conjunto de obras sobre papel, menos conocidas, y muy relevantes en el proceso creativo de la artista.


Textos de la exposición

El tiempo es circular en el silencio. Entre dos poderosos sustantivos se desliza un matiz adjetivo que va a ser la energía dominante en el arranque de este texto, a pesar de la imperturbable monumentalidad con la que el tiempo y silencio se han conducido a lo largo de la historia. La circularidad que fluctúa entre los dos conceptos, etérea y dinámica, es buena metáfora para definir el papel que ostenta Victoria Civera en el marco del arte español de las últimas décadas y del trabajo al que esta exposición trata de asomarse. Es circular desde múltiples perspectivas; literal al ser una forma, sus conocidos tondos, que ha convertido en una visible seña de identidad; metafórica en tanto que vuelve Civera una y otra vez a sus fuentes para deshilacharlas y trenzar con ellas nuevos sentidos.

"El tiempo es circular en el silencio" se ha organizado siguiendo un anhelo de pertinencia. Como muchas de las exposiciones individuales realizadas recientemente en el museo, está dedicada a una artista que tiene una relevancia incontestable en el marco de la Asociación Colección Arte Contemporáneo. Con ese afán han sido organizadas las individuales de Susana Solano, Soledad Sevilla, Eva Lootz, Juan Muñoz o Guillermo Pérez Villalta, que pretendían ampliar el conocimiento que de las figuras más rutilantes de la Colección pudieran tener nuestras audiencias. Pero la pertinencia reside, fundamentalmente, en el carácter prefigurador que hoy se observa en su trabajo, cuando la representación se impone con claridad a la abstracción en la arena pictórica. Los síntomas de esta situación vienen dándose con precisión en fechas recientes. La literalidad con la que se presentan hoy las subjetividades, el superego que modelan internet y las redes sociales, y la asombrosa velocidad a la que circulan cuerpos y rostros no hace sino debilitar los códigos normativos de la abstracción y apuntalar una representación que, si bien trepidante y a menudo fugaz, tiene sus contornos y sus costuras bien visibles. De este tipo de imagen, no hay duda, es pionera Victoria Civera.

Hay una paradoja que enriquece todo lo que rodea su obra. Sus inicios están marcados por una severa inclinación a la abstracción. Sus obras "germinales", realizadas durante alrededor de un lustro desde finales de los años ochenta a la llegada de Victoria y su familia a Nueva York, son, esencialmente, eso, la gestación de toda una dialéctica en torno a las posibilidades de la imagen que desde muy temprano se revelan, precozmente, como iconos en potencia y que serán testigos de un intrigante tránsito hacia las tres dimensiones, a las que la artista arribaría ya en los noventa. Este desplazamiento desde la imagen hacia la forma es a un mismo tiempo natural y extraordinario –por inusual- pues las sucesivas desviaciones a las que somete el acervo cotidiano son fruto de un libreto desacomplejado cuya única premisa es la necesidad innegociable de ignorar cualquier tipo de norma.

"El tiempo es circular en el silencio" quiere enfatizar, por lo tanto, que Civera es nítida representante de la pintura figurativa pero que, lejos de encerrarse en ese territorio, revela al mismo tiempo un apego ferviente por la abstracción y por la forma escultórica. En este último ámbito se presentan piezas rara vez vistas anteriormente que se expanden en la amplitud y variedad de los espacios del Museo Patio Herreriano.


SALA 3

La amplitud de los espacios del Museo nos ha permitido hacer una selección de obra escultórica de gran formato que ofrece a quien a ella se enfrenta un conjunto de relaciones rara vez trenzadas con anterioridad. La sala 3 reúne algunas de estas grandes piezas pero otras se expanden por otros espacios, como Habitación Anónima o Hermanas españolas, dos de sus piezas más emblemáticas. En estos trabajos, y en todo, en realidad, Victoria Civera muestra una ambivalente postura en relación al canon. Como observábamos en la introducción, parecería como si la artista quisiera con firmeza que constara su desacuerdo con la norma. Hay una reverberación, lejana, de códigos y clichés fácilmente asociables a diferentes momentos de la historia del arte del siglo XX; no es ajeno a ellos Vicky Civera, pues de ellos se nutrió, pero las resonancias se disipan con los primeros síntomas de subversión, que no tardarían en llegar.


Comparten estas piezas, a excepción, lógicamente, de Hermanas españolas, un perfil arquitectónico que se fragua a partir de capas y capas de diferente procedencia, si bien predominan las vivencias personales, porque la alusión a la experiencia vital es materia esencial en su obra. The Differences Between, Potentiometer o Sketch para un soñador de islas, a las que habríamos de sumar Habitación Anónima, que está instalada en otro espacio del museo, son obras tempranas, realizadas en torno a 1993 y derivadas de un importantísimo momento vital, la llegada a Nueva York. Tienen algo de piezas de mobiliario. Quién sabe si tuvieron alguna vez una utilidad. Si así fuera, hoy aparece camuflada, como si cierta precariedad se nos revelara ahora revestida de una fuerte carga teatral. De esta dualidad dimana esa otra que tensa lo funcional y lo lúdico y ambas son solo algunos de los múltiples antagonismos de los que se sirve el quehacer diario. Tienen algo de modular estas estructuras, como abiertas a futuras adhesiones. Bien podrían delatar estas piezas tempranas que la experiencia, la memoria y lo vivido no son ajenos a lo que una imagina, sueña o proyecta.


Las célebres Hermanas españolas, situadas en otro ámbito, sorprenden por su envergadura y su potencial semántico, no menos monumental. Es una sobredimensión barroca que comparten no pocos trabajos de Victoria Civera, en los que se muestra irónica sin por ello dejar de ser crítica y ácida.



SALA 4


En esta sala se ha decidido, guiados por un ánimo teatral, instalar un número importante de obras de formato circular en un contexto nocturno, como una constelación que diera la espalda a cronologías y tiránicas imposiciones curatoriales e historiográficas para entregarse al deleite escénico. Victoria Civera ha realizado un numero ingente de cuadros circulares a lo largo de sus cuatro décadas de trayectoria. Las posibles limitaciones que traería consigo este formato no parece haber sido impedimento para el despliegue de su inagotable abanico de narrativas. No es que éstas aparezcan aquí sin orden ni concierto. Están más bien sujetas a una voluntad de desjeraquizarlo todo, de que no se imponga la representación a la abstracción, o el retrato al paisaje, o la melancolía al alborozo. Quiere esta sala evocar la fluidez con la que Civera transita sus espacios de acción, y lo hace desde una posición que presta tanta atención al análisis pictórico como a la escenografía.


Tienen un origen ya lejano estos tondos. Son reminiscentes de aquellos primeros pequeños cuadros neoyorquinos, y han evolucionado hacia tamaños y temperaturas muy diversas. Se pueden interpretar, a vuelapluma, como un conducto por el cual se fraguan las transiciones. Vuelven aquí las dicotomías, las ideas en apariencia contrarias hacia las que y desde las que iríamos y vendríamos, de dentro a fuera, de lo subjetivo a lo objetivo, de lo privado a lo público, antagonismos que no hacen sino resumir lo que en verdad subyace a todo esto, que es la línea, más o menos fina, que separa lo personal de lo político. Y es que en esta astronomía penumbrosa por la que nos movemos se vierte y se expande todo cuanto importa, que no es otra cosa que la libertad con la que se conduce entre los géneros a pesar de las férreas limitaciones del formato.


SALA 5


Parecería como si retrocediéramos en el tiempo y que hemos tardado una eternidad en llegar al origen de las cosas, pues es en la Sala 5 donde se gesta todo lo que vemos en esta exposición. Son los años neoyorquinos, o, para ser más precisos, las primeras experiencias de la familia una vez instalados en Brooklyn, que, a mediados de los ochenta, era una ciudad distinta a la que hoy conocemos. Estas pinturas iniciales contienen tal intensidad vital y son reflejo de experiencias tan importantes que no sorprende que Victoria no se haya separado nunca de ellas y que sigan ocupando un lugar tan central en su imaginario, memoria perpetuada de un momento de aprendizaje que hoy entendemos como crucial. Hay mucha literatura en torno a este periodo de Victoria Civera. El caudal biográfico que de ella se desprende es, sencillamente, torrencial.


Los llamados trabajos "germinales" que aquí se disponen tienen un formato pequeño. Tradicionalmente se han montado como un gran friso, como para emular la acción de leer. Es una sintaxis que abunda en lo propio y da lugar a un relato que se nutre de lo doméstico y lo estético en igual medida. Llama la atención que una abstracción en apariencia innegociable tenga un origen tan insobornablemente biográfico, pero una mirada atenta revela que cuanto de germinal se haya en estas pinturas tiene mucho que ver con lo iniciático y con las expectativas que la ciudad y la vida deparan.


Junto a estas pinturas, instaladas sobre una superficie de un rojo intenso, un buen conjunto de obras pertenecientes a las series Alma de jardín y Serving Piece recorren la larga extensión de la sala. Son las primeras tentativas tridimensionales que nacen de objetos y retales que refrendan la importancia de lo vivido. Su naturaleza anticipatoria es irreprochable.



SALA 8


La amplitud del espacio de la sala 8 permite la instalación de obras de enorme formato. Aquí se deslizan pinturas realizadas en torno al cambio de siglo, fundamentalmente 2003, que gozaron del aplauso unánime de la crítica a partir de su exhibición en su galería madrileña. Son grandes cuadros que tienen en la figura femenina su denominador común. La mujer aparece en entornos abstractos o inscrita en paisajes de corte romántico, y es aquí donde Civera se dirige a la gran pintura, con referencias veladas a aquella realizada por hombres durante siglos. En este marco, la mujer aparece liberada de los clichés a los que ha estado tradicionalmente ligada, y vuelven a aflorar las referencias biográficas desde una perspectiva profundamente metafórica. En Psss, Psss, 2003, el cuadro que pertenece a la Asociación Colección Arte Contemporáneo, vemos a una figura femenina caminando por vías que resultan ser cinturones. La mujer es su hija, como delatan las polaroids que pueden verse cerca, y los cinturones aluden a una sofisticación que apela a un fetichismo que la artista percibe desde una perspectiva crítica. Habla Civera del mundo de la moda en estos cuadros. De este ámbito le interesan en igual medida la elegancia formal y la banalidad, entendida como síntoma inequívoco de nuestro tiempo. En este conjunto de grandes cuadros la figura femenina se percibe en búsqueda de una autonomía con respecto al paisaje, que es lo mismo que decir que pretende zafarse de convenciones estética históricas ligadas al género mismo de la pintura. Saliendo del paisaje es, en este sentido, una obra de enorme importancia, abiertamente feminista, pues la mujer denuesta las convenciones ligadas a un canon de la pintura que hoy resulta manifiestamente caduco. En estas pinturas, Civera explora y subvierte códigos de representación normativos y plantea reflexiones en torno al material que se vinculan con el pensamiento y la acción de artistas que la preceden y que se han constituido en referencia para ella.


En el vestíbulo de entrada vemos dos obras escultóricas que poco tienen que ver ya con esas otras que veíamos en la Sala 3, que se derivaban de formas precarias de mobiliario. Las que aquí vemos tienden, por el contrario, a una rara sofisticación en sus materiales y a la reiterada heterogeneidad y libertad con la que Civera construye sus trabajos. Y es que una cierta querencia anti-forma envuelve todo su quehacer, a la que ella suma insólitas soluciones compositivas. Desde este prisma, la valenciana se ha revelado siempre como una creadora de gran singularidad.